jueves, 29 de diciembre de 2016

Crónicas coreanas de José María Contreras Espuny

Yo no tengo la más mínima intención de visitar Corea. En realidad, fuera de Europa y América, doy por visto el resto del mundo.
Hombre, siempre está la opción complementaria de que lo cuenten libros de quienes han estado allí, como hacen estas Crónicas coreanas, de José María Contreras Espuny.
No es un libro de viajes, sino el relato de un emigrado, un profesor de español que viajó allí recién casado y volvió, contento de volver, aunque cambiado. Nos habla de Corea, de su reacción ante Corea y de la vida de los coreanos. Yo creo que me he hecho una buena idea de cómo es el país gracias a él: ahora sí que ya tengo claro que no tengo que ir. Y además me ha confirmado mis prejuicios, punto por punto: los coreanos son atropellados, muchos, gregarios, amantes de la tecnología punta (me estoy refiriendo siempre a los de Corea del Sur, claro), con una comida sólo para valientes y en resumen, tristes, muy tristes. Hay un capítulo excelente sobre el modo on/off, cómo van acelerados por todas partes y luego se desmoronan en los trenes, por ejemplo la chica que dormía plácidamente en su hombro ante la mirada divertida de su mujer.  Y mirad cómo acaba:
No hay flâneurs en Seúl. O vas en modo on y corres como un gamo, o adoptas el modo off y te sumerges en las tibias aguas de la inconsciencia. No se permite ese estado intermedio que propicia la epifanía. Aquí no encontrarás ni iluminados ni poetas porque están construyendo a toda prisa un mundo en el que no merece la pena vivir (52).
Un capítulo genial es sobre las hordas de abuelitas que aprovechan los posos confucionistas de respeto a los ancianos para campar por sus respetos por Seúl, que acaba también de un modo desolador. Corea está a caballo entre un pasado rural y un futuro atropellado.

Si yo tuviera que seleccionar algo del libro, destacaría dos capítulos, que podrían ser dos muy hermosos relatos cortos: «Gató», sobre una alumna que sólo sabía decir esa palabra española, con la acentuación así, y el que dedica a su mujer («Eclipse de Matilde»), que va de cómo con ella, hasta Corea es otra cosa y sin ella todo es más hostil: es un gran poema de amor. De hecho es ahí cuando pensé: este parece poeta y busqué en la breve biografía de la cubierta y resultó que sí, que tiene dos libros de poemas publicados.

Lo de profesor de español en el quinto pino (y el ser doctor en hispánicas) se nota (además de en la ironía de un «Congreso de hispanistas» descacharrante) en su valentía al plantear el libro y en su esfuerzo metaliterario: no pretende hacer gracietas con tópicos, es literatura que aspira a la altura, a comprenderse ante el retrato del espejo de Corea: es un libro tanto sobre nosotros como sobre ellos. A mí creo que lo que más me ha gustado al final es el retrato del autor que va saliendo de todo ello. Y luego que las referencias a que su visión es subjetiva y cómo el yo contamina todo las convierte en unas páginas excelentes justamente sobre eso, con gran humor.

Y luego, los logros en cada página: «Corea, badajo del continente asiático« (83), los «arrozales velludos», cielo de un «azul alto, cerúleo, religioso» (95), Seúl, «selva de hormigón y cristal abrumada, silente y desalojada» (110). «Corea se nos presenta como un esperpento de Occidente» (162), el portero de fútbol «meditabundo tirano de su área» (175), Corea, «parvulario lisérgico».

Un gran libro, ya digo.

1 comentario:

  1. Yo no he visitado nunca Corea pero he tenido una experiencia intensa de lo coreano. Emigré a un lugar tremebundo, en la misma zona. Un lugar en el que, de morir ahí, cabría repetir aquellas palabras de Conrad ("el horror, el horror"). Había muchos coreanos allí. Si tenían que interactuar conmigo, lo hacían con visible repugnancia. Su racismo, su superficialidad, su apropiación obscena del catolicismo (ellos, unos seres impermeables a la Gracia...) me han predispuesto negativamente hacia esa gente.

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