lunes, 23 de mayo de 2016

Teología güelfa

Con el subidón de haber disfrutado por segunda vez (la primera fue el Coro Universitario) Dido y Eneas de Purcell, con el entusiasmo y el trabajo concienzudo de los alumnos de la ESMAE de Oporto y los Amigos de la Ópera de Santiago, terminé la lectura de Teología Güelfa, el segundo volumen de la «Trilogía Güelfa» de Armando Pego. Qué bien.

Como con el volumen anterior, había leído primero los textos en su blog; luego pude ver el volumen en borrador. Con el ejemplar definitivo en mis manos, dedicado por el autor en septiembre, ahí lo dejé, sin prisas: este fin de semana me lo leí como si fuera la primera vez, pero ahora otra vez con nuevo provecho.
Es un libro que a mí me recordó el poema de JMM (de la lectura que enlacé el otro día; es el minuto 17:20) de Las trincheras, libro que explica él mismo que está centrado en la esperanza. En ese poema se habla de la espera de tres días en el sepulcro que son milenios, mientras la guardia se crece.

Después de una introducción en la que se advierte de los peligros del buenismo, la sofistería y las trampas gnósticas, hay tres partes, la primera franco(-alemana) y por lo tanto en tensión, llena de densidad, de problemas filosóficos y teológicos; en la segunda está lo anglosajón: en principio más sereno y ligero, pero en el fondo con la tragedia de una herida por donde se les escapa lo mejor que tuvieron y que los mejores de ellos (Moro, Newman, Chesterton, Waugh) consiguen recuperar. En la tercera tenemos lo hispánico, menesteroso, donde brilla el luminoso -a pesar de tantos pesares- siglo XVI: san Juan de Ávila, Cristóbal de Morales, Juan de Valdés (del que casi no sé nada, salvo los cuatro tópicos que nos empaquetaban en la carrera).

Domina el tono sereno, reflexivo, minoritario, sin alharacas optimizantes: hay una tristeza que es simplemente la del retraso de la parusía, pero tristeza pequeña comparada con la Esperanza grande que está ahí sosteniendo por debajo. Así que realismo con fe: optimismo del verdadero.

Y la alegría que se escapa, a pesar de todo, con la Navidad de Dickens.

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