miércoles, 20 de enero de 2016

Lo que cuenta es la ilusión, de Ignacio Vidal-Folch

No me convenció mucho su novela Turistas del ideal. En cambio, de Amigos que no he vuelto a ver, un libro de cuentos, tengo buen recuerdo. De este libro, sus Diarios de 2007 a 2010, me habló bien un amigo. Y sí, en conjunto me ha gustado, aunque noto como una cierta sensación de decepción al recordarlo.

Quizá es que me fastidió descubrir que el título, que yo me imaginaba hasta cierto punto irónico, es mucho peor que eso: se refiere a una chusca anécdota grosera de viejos verdes. Si uno no tiene ilusión, «se la puede hacer», aunque solo sea provisionalmente; pero si no, lo que me pregunto es para qué se molesta en hacer un diario. Además, los que aparecen en él son siempre gente rara, pero por rara, no por gente.  Es como los que gustan en El Bosco de las figuras extrañas, olvidándose de los paisajes y las escenas «normales» del propio cuadro. Dicho de otro modo: si él se fija en el freak show (y piensa que eso es lo normal), a mí lo que más me gusta de El Bosco son las puertas en grisalla, con escenas religiosas y ningún monstruito. Los lugares acaban siendo extrañísimos también: el mar de Aral, por ejemplo. Vidal-Folch es un periodista que hace reportajes de sitios lejanos, pero para ser diarista sobra con la propia habitación.
O quizá es que mi problema es que inconscientemente lo estoy comparando con AT y, claro, sale perdiendo.

Pero es un buen escritor, ingenioso si quiere (llama a unos bancos de una plaza «observatorios del espaciotiempo» 27), sincero y sin miedo de ponerse en un lugar impopular, Por ejemplo, un día en el que Eta mata a tiros a dos guardias civiles desarmados en el sur de Francia (29) escribe:
Por la tarde, en Barcelona, se manifiestan 150.000 ciudadanos, dirigidos por Pujol y Maragall -el jefe de la derecha y el jefe de la izquierda: el resentimiento y la irresponsabilidad- por el «derecho a decidir» (eufemismo de «independencia»).
Codo con codo van -tralá, tralalá-, por la calle, felices y reivindicativos, Pujol y Maragall.
Siendo de Barcelona, como lo es, escribir algo así es ponerse en camino de convertirse en un paria. Otra cosa es que el tiempo le haya dado punto por punto la razón (el libro es de 2012). Vidal-Folch es verdadero. Otra cosa es que su verdad a veces se me quede corta.

Es sensible, es elegante, es un tipo valiente. En realidad no sé por qué le pongo pegas. cuando tiene pasajes tan logrados como este otro:
[Va a ver la Electra de Richard Strauss, con libreto de Hoffmannsthal, del que recuerda que es] el autor de la Carta de Lord Chandos, que explica la insuficiencia de las palabras para dar cuenta del mundo, y por tanto de la miseria de la literatura. Este relato famosísimo le gustaba mucho a [José María] Valverde. Lo relacionaba con la famosa frase final del Tractatus de Wittgenstein. [Explica que Hoffmansthal dejó de escribir obras de creación; acabó haciendo solo libretos de ópera] Decir algo propio le resultaba imposible, o incluso tonto.
-Pero aunque las palabras no basten -alegaba en el aula Valverde- siempre valen más que el silencio... ¿No les parece a ustedes?
Nadie le respondía.
-Aunque las palabras sean imprecisas, algo nos comunican, ¿verdad?
Los alumnos -casi todos eran chicas- observaban al sabio desde los bancos sumidos en la mayor perplejidad, como si a todos los acabasen de lobotomizar. Valverde tiene un poema sobre esos momentos (51-52)

Y luego tiene algunos pequeños párrafos, casi aforismos, bien buenos:
Un escritor sólo puede sentirse ofendido y humillado o sentirse como un impostor. O sea: o bien se siente infravalorado o bien se siente sobrevalorado (179).

«Yo soy un impostor; pero los demás son unos cantamañanas». Esta es la más profunda convicción de todos los hombres cuando, recién duchados, se dirigen hacia sus puestos de trabajo (179).

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A los veinte años es sana y profiláctica la crítica sistemática del mundo, y considerar mediocre a todo el mundo, y no tomar prisioneros. A los cuarenta años, a menos que seas Flaubert redivivo, a nadie puedes llamar «idiota». Y a los cincuenta es imperdonable hablar mal de nadie; mi siquiera de ti mismo (219).

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