jueves, 18 de diciembre de 2014

A su imagen - la exposición

Yo ya daba por bien concluida la visita a Madrid: había visto arte como para recordar varios meses. Pero estuvimos comiendo Antón y yo y todavía nos dio para acercarnos a ver qué tal la exposición de la plaza de Colón: A su imagen. Arte, cultura y religión. Si hubiera hecho bueno yo tenía pensado ir al Jardín Botánico, para que Antón me catequizara en la naturaleza, que estoy muy abierto ahora a admirarla. Pero es que llovía.

Me daba miedo por si era una exposición de Museos Diocesanos a lo grande y en el mal sentido de la palabra: cientos de navetas y píxides en hilera, casullas del XVIII como somormujos, pinturas mediocres pero con «catequesis fuerte» y luego, para rematar, vergonzantes «artistas modernos» para quitarnos la fe a los revirados como yo.

Pues no: era una exposición IM-PRE-SIO-NAN-TE. Era una colección de obras de lo mejorcito que conserva la Iglesia (otro modo de decirlo: que no le ha quitado todavía el Estado). El hilo pastoral era claro y los textos seguro que estaban muy bien. Yo ya di por supuesto todo eso, así que nos dedicamos a ver los cuadros sin más.

Pero bastaba que estuviera solo este de Velázquez para que hubiese sido una exposición inolvidable:

Los trazos de los ojos de Santo Tomás, solo dos líneas mínimas, son el centro dramático: marcan su agotamiento. La prostituta está huyendo al fondo (el tizón todavía humea ahora, mientras lo veo). El puro esfuerzo de oponerse a una tentación (yo me acordé de Flannery: uno y dos) es ejemplar. Esto sí que es un cuadro de un santo y todo lo demás, intentos fallidos. Todo, todo es magistral en él. De hecho, me está dando pena no poder volver a verlo en un futuro próximo. Id -digo más: si me queréis, ir y verlo por mí.
No entiendo cómo no había una cola que llegase hasta la bandera gigantesca esa que hay en la plaza de Colón. Pueblo de Madrid: ir todos, que a mí ya no me molesta que se congreguen multitudes allí.

Pero es que además estaba la Virgen Niña de Zurbarán, de Sigüenza:

Ya que no acabo de encontrar la oportunidad de ir a Sevilla, allí que me vi In ictu oculi de Valdés Leal (junto a otros cuadros suyos, que me gustaron poco, la verdad), y al lado le hacía homenaje otra vanitas de Gutiérrez Solana: esas dos obras sí que «dialogaban bien».

1 comentario:

  1. Hipótesis de Riemann29 de diciembre de 2014, 10:47

    Bueno, pues fui ayer, y es verdad: IM-PRE-SIO-NAN-TE.
    Además de los que destacas, están el Tríptico de la Anunciación de Santo Domingo de la Calzada, que me parece maravilloso, o unos tapices alucinantes, uno con Sansón derribando las columnas, otro con el juicio a Susana denunciada por los viejos, o La Virgen del pajarito, creo que de Morales, o tantas otras cosas.
    Pero lo que no tiene parangón, por mucho que te lo esperes, es "lo" de Santo Tomás de Velázquez. Creo que iba preparado, pero resultó que no. Es de una realidad tan real que llega al lirismo extremo. Al ver la cara de los ángeles se me hizo un nudo en la garganta. Ambos, cada uno a su manera, tienen una expresión indefinible, entre impasible -como de estar muy por encima, como de no acabar de comprender la fuerza humana de las tentaciones, y más tratándose de la prostituta cejijunta esa- y a la vez de infinita paciencia, de comprenderlo todo, con una 'empatía' inmensa que atraviesa lo eterno y viene presto a consolar. De estar ahí para acompañar, para sostener, incluso para ser testigos de esas batallas que a la vez les parecen épicas. Sí, en medio de esa impasibilidad, en su atención al Santo, hay un brillo escondido de algo parecido a la admiración, de reconocer un mérito indescriptible. Y eso sólo sus rostros.
    El resto del cuadro es... bueno, hay que verlo.
    Muchas gracias por empujarme a ir desde esta entrada. Era lo que necesitaba, en serio.

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