sábado, 10 de noviembre de 2007

Baeza (I)

En el avión a Madrid con las Poesías Completas, en la pésima edición de Manuel Alvar, con minucias de filólogo (en el peor sentido de la palabra) y otras del tipo "ya escribí yo sobre esto aquí (y todo lo demás que se haya escrito me importa un X)".
A pesar de todo, la poesía conseguía salir a flote (¡qué habría sido en una edición de Los papeles del sitio!): creo que es una de las veces que más me he emocionado leyendo poesía: parecía una señorita en plena época romántica, todo hipidos con los poemas de la época de Baeza, entre ellos A José María Palacio.
Entre lágrima y lágrima, miraba por la ventana los ríos en los que reflejaba el sol y pensaba: líneas de mercurio, papel de plata de los belenes, alquitrán. Como si fuera un poeta ultraísta, pero en prosa.
De Madrid a Baeza en el tren, no de tercera, pero sí Regional Exprés. Era de noche, la primera vez que cruzaba La Mancha en ocho años y era de noche: no me podía imaginar a Machado recostado en un vagón, no veía las llanuras; no se veía nada y yo queriendo continuar con la poesía y las lágrimas.
Por suerte se me vino a la cabeza la escena de Chihiro con banda sonora interpretada por Hernán. Era así: pasar por estaciones vacías y con farolas desperdigadas en la soledad de los andenes. Hice un sudoku, el crucigrama, seguí con los poemas, pero eran los de la cáscara amarga los que leía: me cabreé con Machado, con el viaje nocturno, que me cegaba para La Mancha: Valdepeñas, Manzanares, Santa Cruz de Mudela.
En el taxi desde la estación de Linares-Baeza, Radiolé: el infierno debe de ser oír siempre Radiolé. Eran canciones interminables, una pesadilla cada una: letras vomitivas, canciones repetitivas. La primera era de cuatro soldaditos, cantada por unos tíos como una rumba y debía durar como media hora, de lo larga que se me hizo.
Los del Congreso estaban acabando la cena. Hablamos un rato en la mesa. Una chica a mi lado me preguntó si yo era el del blog Compostela. ¡Glup! ¡La celebridad! (Saludos, Mónica, si lees esto).

7 comentarios:

  1. Siempre he pensado que el buen filólogo es el que aúna el sentido estético con el rigor científico. De lo segundo has dado muestra en tus trabajos; de lo primero, en estas líneas. Entiendo lo que describes: a mí también me ha conmovido a veces la poesía hasta las lágrimas, haciéndome evocar imágenes simplísimas, esas imágenes primeras que, aun tras el análisis filológico, quedan siempre abiertas en las galerías del alma: “líneas de mercurio, papel de plata de los belenes, alquitrán”. Ah, se me olvidaba, soy Mónica, estoy leyendo esto y creo que tengo el honor de ser la primera en comentar (jeje). Espero que hayas tenido buen viaje de regreso.

    ResponderEliminar
  2. Vaya, Mónica, justo esta mañana he visto que en Tradición clásica publica Gabriel Laguna un trabajo conjunto contigo: ¡enhorabuena!
    Saludos.

    ResponderEliminar
  3. Enhorabuena por lo de la chica: es el momento que espera todo bloguero. El éxtasis, el nirvana.

    (Una tele con Los Cuarenta Latinos es peor que Radiolé, advierto).

    ResponderEliminar
  4. ¡Ay las emociones, qué emocionantes! Espero leer tus impresiones sobre Baeza.

    ResponderEliminar
  5. Muy buena entrada. Yo también espero impaciente la crónica de Baeza. Un abrazo.

    ResponderEliminar