jueves, 17 de febrero de 2005

Escena de cine mudo

A las cuatro menos cuarto suelen pasar todos los días una madre (bajita, pelo como el de la exministra Ana de Palacio pero cano) y su hijo de unos once años, de pelo muy negro (tiene un aire al de la foto de Robert Capa que puse hace meses) . El niño tiene las piernas muy torcidas y se apoya en su madre para andar. Me gusta verles por la ventana cuando pasan; no les oigo, aunque me encantaría escuchar lo que se dicen; el niño parece un poco retrasado, o quizá sólo más infantil de lo que correspondería a su edad: son un elemento repetido del paisaje de la calle; una vez me los crucé aquí al lado y el niño me miraba fijamente.
Hoy volví a verles: el niño se echó (es la única manera de explicarlo) al borde del jardín y se puso a coger una de esas margaritas que están floreciendo en el césped. La madre parecía que le preguntaba qué hacía, como enfadada. Levantó al niño y él le dio la flor: ella le abrazó, le rodeó con sus brazos, la cara del niño quedó oculta y la madre me daba la espalda, así que no pude verles la cara. Se me hizo un nudo en la garganta y quería con esta descripción que disfrutárais de este momento, aunque no sé si con estas palabras habré compuesto un cuadro único o sólo os llegará un pálido reflejo, tópico, del tema amor filial, en estos tiempos de vuelta de todo, cuando es imposible ver nada con inocencia.
Escena de cine mudo, como la del personaje que hace de Drácula en Ed Wood cuando coge la flor –apostilla cinéfilo/culta para que lo que viene a continuación no parezca demasiado sentimental. Sólo que aquí a todo color (sigue sin llover en Galicia) y con un solo testigo, que os da esta escena de regalo.

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